Tragarse con fingida indiferencia el tedio moderno
perfeccionando el arte de hacerse el loco
con pleno convencimiento de que es la única escapatoria
para evadir la trampa de la tristeza antropófoga
que con su hambre de mil años
devoraría mordisco a mordisco
lo poco que queda de mi alegría.
Ser reservado frente a la gente vacua
sanguinaria
que tiene también hambre de devorar alegrías
con el único fin de transformarle en materia execrable.
Ser reservado
tener la decencia para no hablar de estados de ánimo
y silenciar el nudo de cadenas que se ahoga
en las profundidades de la garganta,
allá
donde la voz a veces se quiebra
y los ojos se deshacen en una garúa de angustias marinas.
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