lunes, 7 de diciembre de 2009

La ciencia como ignorancia

"...Y cuando decimos que la teoría de la relatividad no está más al alcance del hombre medio, con "hombre medio" no nos referimos al ciudadano de la calle. En esta situación están desde los médicos hasta los historiadores, desde los humanistas que pueden leer a Platón en griego hasta los filósofos normales. En otros tiempos, un hombre culto era aquel que conocía la cosmogonía de los presocráticos. Hoy, el hombre culto es generalmente el que sigue conociendo la cosmogonía de los presocráticos pero ignora la de Einstein.
Esta es la cruel y paradojal conclusión del avance científico. A los hombres de espíritu universal sólo les queda la melancólica añoranza de aquellos tiempos en que todavía era posible l´uomo universale.
La razón - motor de la ciencia - ha desencadenado una nueva fe irracional, pues el hombre medio, incapaz de comprender el mudo e impotente desfile de los símbolos abstractos, ha suplantado la comprensión por la admiración y el fetichismo de la nueva magia. Porque sus iniciados tienen además el Poder y un poder que es tanto más temible cuanto menos se lo comprende: de las esotéricas ecuaciones, el especialista desciende hasta las armas más terribles de la guerra moderna: ondas ultrasonoras para localizar submarinos, telémetros para la artillería, ondas ultracortas para guiar proyectiles, ondas infrarrojas para ver en la oscuridad, cohetes de propulsión a chorro, bombarderos y tanques, explosivos atómicos. 
De este modo, el hombre común vive subyugado y en la adoración de los nuevos ritos. De este modo ha retornado a la ignorancia, después de un breve tránsito por el siglo de las luces. Pero a una ignorancia infinitamente más rica y más vasta, porque no es el negativo de la ciencia de un Aristóteles, sino de la ciencia reunida de Einstein, Pavlov, Freud, Russell, Carnap, Poincaré, Husserl, Heidegger y Whitehead. 
Y mientras más imponente es la torre del conocimiento y más temible el poder allí encerrado más insignificante es el hombre de la calle, más incierta su soledad." 
Ernesto Sabato, Hombres y engranajes

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