We need great, golden copulations.
Jim Morrison
A Marilyn Sánchez
Yo dibujaba caminos en el aire para que los recuerdos peregrinaran de vuelta a su baúl. Ella desmembrando tréboles rojos. Por ratos te echaba una mirada de soslayo y capturaba el reflejo distorsionado en el acantilado de agua. De pronto solté palabras para que reptaran por la montaña, y quizá llegaran a tus oídos, palabras que parecen no ser mías / esta tarde no se mide con agujas, así estas insistan en crucificar nuestra vida, ya solo el ciclo de los astros hermanos nos puede arrancar de la vorágine onírica /
Me miró con intriga, con ojos de quien asiste al espectáculo de una deidad innombrable por lo retorcida de su asimetría, aboliendo un toque mi soledad. Sus dudas formaban cúmulos de interrogantes sordas, atestiguan no comprender la mitad de lo que yo digo, sin embargo, te acercas y cuando siento tu calor creo hablamos el mismo lenguaje y las dudas se disipan progresivamente con el andar de caricias, besos y arañazos, el vaivén rítmico de los cuerpos, el oleaje de espuma tibia que llega desde el Caribe subiendo por el espinazo recostado sobre el lecho de conchas pulverizadas, acción atribuida al ajetreo incansable del mar y de los amantes que tarde o temprano conseguirán erosionar los orgasmos, los cuerpos y su transitar efímero por la vida, deshaciendo el reflejo quimérico en el acantilado de aguas verdes. Las palabras se vuelven impronunciables, superfluas, los gemidos y la presión inicua ejercida por el alicate de tus piernas aprisionan mi cuerpo y justo en ese momento mi alma (o eso que me hace menos animal) se escapa de la celda corpórea tomando como vehículo una exhalación que viaja buscando el nirvana, un suspiro de aire frío del monte, trip momentáneo, y el orgasmo pasa como un aguacero fugaz y violento de esos que hipnotizan tu mirada en un tiempo de mirar por ventanas, el mar recoge sus tentáculos de vuelta a los avernos salobres, tus carnes se apartan un toque, dando suficiente espacio para que la soledad recupere terreno y se abra una zanja entre nosotros dos, un muro de incomprensión insalvable que solo el coito puede demoler.
Me miró con intriga, con ojos de quien asiste al espectáculo de una deidad innombrable por lo retorcida de su asimetría, aboliendo un toque mi soledad. Sus dudas formaban cúmulos de interrogantes sordas, atestiguan no comprender la mitad de lo que yo digo, sin embargo, te acercas y cuando siento tu calor creo hablamos el mismo lenguaje y las dudas se disipan progresivamente con el andar de caricias, besos y arañazos, el vaivén rítmico de los cuerpos, el oleaje de espuma tibia que llega desde el Caribe subiendo por el espinazo recostado sobre el lecho de conchas pulverizadas, acción atribuida al ajetreo incansable del mar y de los amantes que tarde o temprano conseguirán erosionar los orgasmos, los cuerpos y su transitar efímero por la vida, deshaciendo el reflejo quimérico en el acantilado de aguas verdes. Las palabras se vuelven impronunciables, superfluas, los gemidos y la presión inicua ejercida por el alicate de tus piernas aprisionan mi cuerpo y justo en ese momento mi alma (o eso que me hace menos animal) se escapa de la celda corpórea tomando como vehículo una exhalación que viaja buscando el nirvana, un suspiro de aire frío del monte, trip momentáneo, y el orgasmo pasa como un aguacero fugaz y violento de esos que hipnotizan tu mirada en un tiempo de mirar por ventanas, el mar recoge sus tentáculos de vuelta a los avernos salobres, tus carnes se apartan un toque, dando suficiente espacio para que la soledad recupere terreno y se abra una zanja entre nosotros dos, un muro de incomprensión insalvable que solo el coito puede demoler.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La mejor palabra es la que se dice