He de decir, sin importarme ser tachado de romántico, o incluso, de antifuturista, que siempre he preferido saberme andando por los caminos de lastre de mi barrio que entre la amalgama de concreto, basura y asfalto de la mierdópoli.
Mi barrio es zona de desastre, un botadero clandestino de productos tóxicos, un mercado de abortos, un latifundio abandonado por la burguesía hace dos décadas debido a la sobre-irradiación con plutonio y a al derrumbe de las minas de coca.
No importa.
Para mí es un florido animalario de espantosa belleza, espectáculo itinerante de fenómenos y monstruosidades, muestra folclórica de bestias indómitas y, al mismo tiempo, extrañamente amables. Hórridos vecinos pasan frente a mi casa orgullosos de sus mutaciones, dan los buenos días cada mañana, comentan el fútbol de la noche anterior mientras se pasan una mano, o lo que queda de ella, por las escasas hebras de pelo que cubren sus destartaladas cabezas. Un perro de cinco patas mueve la cola-brazo para rascarse las yagas purulentas y los niños patean una rata gorda con zapatos de verdugo inmisericorde como la muerte misma. La rata-balón se transforma, entre espasmos y hemorragias, en una masa amorfa y zarrapastrosa que baila sobre el lastre hirviente del mediodía, de un lado a otro, de zapato en zapato, hasta que llega al hocico pútrido del sarnoso canino que, en medio de espumarajos y gruñidos de excitación, le da la estocada final, o, más precisamente, la última mordida. La diversión acaba entonces para los niños, ángeles negros aniquilados por el cobalto o alguna otra mierda radioactiva. Inmediatamente cambian el blanco de sus patadas: el perro es cubierto por un alud de furiosos zapatazos del que sale mal librado. Mas nadie lleva cuentas de cuántos miembros te componen y en cuántos te descomponen. La destrucción es un juego, y a los niños también les tocará su parte. En mi barrio, quienes más y mejor patean son los adultos…
Aquí la gente es sincera. Natural es un calificativo más justo. En la ciudad todo es falacia. La realidad pasea ataviada con andrajos de diseñador entre luces de neón y manos ansiosas de mendigos. La realidad no es más que una puta de pueblo que viaja por primera vez a la ciudad y se vuelve loca yendo de shopping.
Yo por eso me quedo con mi barrio marginal, con sus ratas y mis bestiales vecinos, matando el tiempo y uno que otro animalejo.
Grotesco y aberrante, como nuestra realidad.
ResponderEliminarEn efecto, la realidad es grotesca y aberrante, y no es necesario llegar a la “esencia” para darse cuenta. Ver a unos niños jugando a patear una rata pareciera ser una metáfora, mas en realidad fue algo que presencié (por mera casualidad), no en Haití, ni en Honduras, sino en un barrio marginal, en mi barrio. El sábado apareció una niña asfixiada en un hotel de SJ, el lunes, creo, apareció una niña degollada tirada en un guindo (los adultos siempre patean mejor). Cuando estaba en la escuela un compañero y su hermano fueron asesinados por su propio padre con una inyección de gasolina. En mi barrio, y en muchos otros, mientras los niños no juegan a destruir vida, otros se entretienen destruyéndosela a ellos. C’est la vie.
ResponderEliminarY todavía se atreven a decir que aquí no pasa nada desde el Big Bang.
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