I
Bloody Blindness Bird – Day*
Carteles y más carteles de letras borrosas que reafirman la vulnerabilidad de mi percepción sensorial. La doctora me solicita que describa lo que no veo. Yo digo que un minotauro guarda las fronteras del consultorio, defendiendo mi pellejo, bufando y pronunciando blasfemias en griego.
La doctora borrosa adorna su rostro con un gesto de incredulidad que sugiere que yo ocupo un psiquiatra y no un oftalmólogo. Al final su mueca se va transformando en una sonrisa delirante que emite una carcajada gutural, repugnante, mientras se va acercando a mi silla hasta quedar a mi lado: alza sus manos y las posa sobre mis párpados – yo me entero que sus manos no son tales, son garras sarnosas, casi putrefactas – su voz empieza a chirriar como los goznes de una puerta que no se abre hace mil años, gesticulando pausadamente y con acento corrosivo “vos ves más de la cuenta” – entretanto hunde sus uñas tierrosas en mis ojos.
Todo se va diluyendo en un universo surrealista delimitado por las paredes del consultorio, letras y números, minotauros sanguinolentos que bajan en lágrimas púrpura por mis mejillas, marcos ray ban y gotas para la conjuntivitis.
La última imagen – no sé si captada por mis ojos desinflados o por mi memoria – son los pájaros cautivos del carnicero Fernando Vidal, los ojos tibios de las avecillas descansando empalados en los alfileres que el verdugo - saca - ojos esgrime con enorme destreza, procedimiento experimental que realiza antes de conceder la libertad a las aves profanadas, libertad de cuencas vacías que los pájaros tantean erráticamente dando vueltas en un espacio infinitamente abismal y cruel representado por el cuarto de Avellaneda, estrellándose contra los muros de desesperación y ceguera violenta mientras intentan hallar una ventana abierta y su luz, que aunque no lo saben, será percibida únicamente como un rumor de tinieblas menos densas.
* Primer poema del tríptico Triciclo lisérgico
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