viernes, 19 de marzo de 2010

Una ciudad para ciegos

La ciudad fue hecha por los dioses de la razón y la conveniencia,
vea usted todo este asfalto y esas cortinas metálicas
y estas cámaras que todo lo ven
estos parques sin árboles y estos autos sin alma,
pase la lengua por esta pared de hormigón
cubierta de cuita de paloma y smog
pase la lengua usted por estos muros de indiferencia antiséptica;
pero por favor no vuelva a ver a esos perros menos que perros
que se arrastran por nuestras bellas e higiénicas avenidas,
no vea usted a ese niño danzando en el monociclo de la prostitución
bajo los falsos tachos de un semáforo cualquiera
y los neones que promocionan la ignominia.


No escuche usted los aullidos de esos escuálidos estómagos,
tenga cuidado,
no acerque la mano,
que en la boca de esos zaguates
solo se perfilan ofuscadas dentelladas de envidia.


Vea usted, preste atención a esta ciudad,
tan bella,
tan limpia,
tan falta de humanidad
tan diferente de esos perros que son una plaga peor que una plaga
atrincherados en las esquinas hediondas a orina
aferrados con poderosas ventosas a sus cartones,
a su precario refugio
a sus sueños de niñez devastada.


Venga usted, siéntese en esta silla,
beba una cerveza don Opulencia,
no pose sus ojos frente al espectáculo mendicante de la miseria
hágase de oídos sordos al hambre de los niños zaguates
déjeles danzando en su monociclo sin ruedas
dando inútiles vueltas en el Circo de la Carencia,
no preste atención a sus zapatos ausentes,
a su mirada vacía de esperanza.

Beba beba,
apure el vaso,
no escuche,
no vea.

(Marzo 2010)

jueves, 18 de marzo de 2010

El prohibicionismo en las drogas

Ayer descubrí a este filósofo español quien ha investigado profundamente el tema de las drogas en nuestra sociedad, no desde un enfoque puritanista, sino desde un enfoque abierto, desde la experimentación directa. Su tratado sobre la temática es, según parece, una de las obras más importantes e interesantes en cuanto a la militancia onírica (Historia general de las drogas, 3 tomos, 1989 - 1999). Habrá que buscar el mencionado libro. 

"El prohibicionismo en materia de drogas es -cada vez más- un remedio que agrava el mal en lugar de evitarlo; su vigencia sostiene imperios criminales, corrupción, envenenamiento con sucedáneos y meros venenos, hipocresía, marginación, falsa conciencia, suspensión de las garantías inherentes a un Estado de Derecho, histeria de masas, sistemática desinformación y -cómo no- un mercado negro en perpetuo crecimiento.
"Sobria ebriedad, Antonio Escohotado. Originalmente el artículo apareció en el diario El Pais, 16 de Julio de 1994.

Beat Generation

"So in America when the sun goes down and I sit on the old broken-down river pier watching the long, long skies over New Jersey and sense all that raw land that rolls in one unbelievable huge bulge over to the West Coast, and all that road going, all the people dreaming in the immensity of it, and in Iowa I know by now the children must be crying in the land where they let the children cry, and tonight the stars'll be out, and don't you know that God is Pooh Bear? The evening star must be drooping and shedding her sparkler dims on the prairie, which is just before the coming of complete night that blesses the earth, darkens all rivers, cups the peaks and folds the final shore in, and nobody, nobody knows what's going to happen to anybody besides the forlorn rags of growing old, I think of Dean Moriarty, I even think of Old Dean Moriarty the father we never found, I think of Dean Moriarty, I think of Dean Moriarty."
On the road, Jack Kerouac

jueves, 11 de marzo de 2010

Dádme cuerda



La rutina es lo que hace sobrevivir a la humanidad. Desde pequeños se nos enseña que la improvisación es una conducta maléfica e irrespetuosa, sediciosa, antisistémica. El caos en que deviene la falta de una rutina diaria es lo que la socialización impide. En este sentido, el ser humano acaba convertido en una máquina que realiza una función – no sin desperfectos – repetitiva día con día, sin mayor sobresalto ni espacio para la improvisación, la hora de levantarse, la disposición de los artefactos de la casa, el lenguaje, ropa, peinado y hasta la manera de andar. Todo debe estar en orden. No solo eso. La mayor cantidad de trabajos son harto repetitivos. Nuestra conducta ha evolucionado hasta el perfecto maquinismo. El invento de la máquina y su extendida utilización en nuestra era capitalista condiciona el carácter de nuestro espíritu. 

La metáfora de que los seres humanos se parecen a las máquinas es oscura. Las máquinas son productos de una cultura, son productos humanos (salvo contadas excepciones extraterrestres encontradas dispersas en los desiertos), son perfectas en tanto su funcionamiento se acople con una serie de actividades productivas y con el único fin de maximizar la ganancia (1). No hablan, son eficientes, se enferman poco (y se puede comprobar que así es). La máquina es la utopía de la sociedad burguesa: la extinción del proletariado, de la pobreza, la Sociedad de los Ricos. El que nosotros nos parezcamos cada vez más a las máquinas y ellas a nosotros confirma que en algún momento llegaremos a ser uno. Para entonces, yo pediré comandar un androide Eva, o acabaré copulando con un microondas biónico.

Notas:
1. La máquina es un espécimen sobresaliente de la razón instrumental: el mejor medio para alcanzar un fin.


martes, 9 de marzo de 2010

Barrio marginal

He de decir, sin importarme ser tachado de romántico, o incluso, de antifuturista, que siempre he preferido saberme andando por los caminos de lastre de mi barrio que entre la amalgama de concreto, basura y asfalto de la mierdópoli.
Mi barrio es zona de desastre, un botadero clandestino de productos tóxicos, un mercado de abortos, un latifundio abandonado por la burguesía hace dos décadas debido a la sobre-irradiación con plutonio y a al derrumbe de las minas de coca. 
No importa. 
Para mí es un florido animalario de espantosa belleza, espectáculo itinerante de fenómenos y monstruosidades, muestra folclórica de bestias indómitas y, al mismo tiempo, extrañamente amables. Hórridos vecinos pasan frente a mi casa orgullosos de sus mutaciones, dan los buenos días cada mañana, comentan el fútbol de la noche anterior mientras se pasan una mano, o lo que queda de ella, por las escasas hebras de pelo que cubren sus destartaladas cabezas. Un perro de cinco patas mueve la cola-brazo para rascarse las yagas purulentas y los niños patean una rata gorda con zapatos de verdugo inmisericorde como la muerte misma. La rata-balón se transforma, entre espasmos y hemorragias, en una masa amorfa y zarrapastrosa que baila sobre el lastre hirviente del mediodía, de un lado a otro, de zapato en zapato, hasta que llega al hocico pútrido del sarnoso canino que, en medio de espumarajos y gruñidos de excitación, le da la estocada final, o, más precisamente, la última mordida. La diversión acaba entonces para los niños, ángeles negros aniquilados por el cobalto o alguna otra mierda radioactiva. Inmediatamente cambian el blanco de sus patadas: el perro es cubierto por un alud de furiosos zapatazos del que sale mal librado. Mas nadie lleva cuentas de cuántos miembros te componen y en cuántos te descomponen. La destrucción es un juego, y a los niños también les tocará su parte. En mi barrio, quienes más y mejor patean son los adultos…
Aquí la gente es sincera. Natural es un calificativo más justo. En la ciudad todo es falacia. La realidad pasea ataviada con andrajos de diseñador entre luces de neón y manos ansiosas de mendigos. La realidad no es más que una puta de pueblo que viaja por primera vez a la ciudad y se vuelve loca yendo de shopping.
Yo por eso me quedo con mi barrio marginal, con sus ratas y mis bestiales vecinos, matando el tiempo y uno que otro animalejo.